¿Dónde he dejado el cigarrillo?

Manu Chao, saltimbanqui global

¡ Me creo lo que hago!

El rumor se había corrido como la pólvora. El concierto de Manu Chao había pasado del mero interés musical a convertirse en la comidilla de los medios pregonando la tragedia: La Plaza del Gas, un recinto con capacidad para 8.000 personas reventaría con 30.000 seguidores del vasco-gallego-francés-abrasilado.

A las 15:00 horas, la Plaza del Gas (con perdón de la expresión) estaba semi poblada. El sudor bañaba la piel de los presentes: cuerpos de variado calibre y michelines de after sun. 400 personas untadas en mantequilla de sudor esperaban el concierto. 35º al sol de justicia y 40º a la sombra del kalimotxo con whisky. Casi tantos grados como una botella de orujo de hierbas.

Hacía calor allí, pero era un calor seco. Una dibujante con un paraguas en la chepa, punkis sin flauta, siestas sobre mantas y hormigón, gorros de una conocida marca de preservativos, fans impacientes tostando su hígado y sus partes innobles. Parecía que los continuos mensajes incitando al pánico habían calado hondo. No había ni dios.

Calentando motores

A las 19 horas, Monsieur Chao ofrecía una rueda de prensa. Había rosado y tinto navarro, aceitunas secas y patatas revenidas. La organización ahorraba costes: ponían las nueces por encima, y por debajo relleno. Cacahuetes para la prensa. Primero se pedía el micrófono y luego se pensaba la pregunta. Y así fue la cosa, preguntándole cuáles eran sus caprichos, qué concierto iba a ofrecer dos horas después, o por qué no cantaba en gallego cerrado. Daban ganas de beberse hasta el agua de los floreros. Y el tío diciendo que le gustan las ruedas de prensa.

© humorenlared.com - Actualizado el 06-09-01

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